La araña, un relato de H. Heinz Ewers
Se instaló un domingo y al llegar el viernes no tenía ninguna sensación de querer colgarse de un gancho para acabar con su vida. Según pasaban los días, se quedaba mirando a su vecina por la ventana de enfrente; el estudiante la llamaba Clarimonde, aunque no la había preguntado su nombre ni habían hablado ni una sola vez.
Lo único que hacía Clarimonde era sentarse detrás de las cortinas e hilar en una rueca. Ni siquiera le había visto bien la cara y solo se la podía imaginar.
Pasaron los días y todo lo que hacían ambos era sentarse y mirarse mutuamente. A Richard no le importaba nada más que contemplar y pensar en Clarimonde.
Un día encontraron un nuevo juego aparte de mirarse: Richard hacía un gesto y ella lo repetía; a veces él intentaba engañarla haciendo gestos y movimientos muy complejos, pero ella los repetía la perfección.
Richard poco a poco se iba enamorando de Clarimonde, no podía dejar de pensar en ella y todo lo que hacía era por ella, pero también sentía temor por esa mujer tan misteriosa.
Él no podía dejar de jugar con ella y apenas comía; a la vez pensaba en lo que les ocurrió a las personas que acabaron muertas en esa habitación, pero no podía dejar a Clarimonde.
Era viernes, por la tarde, y Richard sintió la necesidad de levantarse e ir a la ventana. En ese momento sonó el teléfono y gritó pidiendo ayuda. Se pasaron la siguiente semana jugando, Richard amaba a Clarimonde y estaba dispuesto a hacer todo lo que ella le pidiera. El siguiente viernes no pudo evitar tomar el cordón de la cortina y...
Tendrás que leer el relato completo para conocer el final.
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